La literatura no nos va a salvar

Quería escribir sobre libros. Pero no me dio vergüenza que los lectores no lean, porque antes que ellos, fueron los escritores quienes guardaron silencio.

Antes que nada, aclaremos algo: los libros no salvan. A veces incluso te hunden más. Pero ese hundimiento, sí, ese, despierta algo dentro de ti. Porque no debemos acercarnos al libro para purificarnos, sino para mancharnos. Cada frase que leemos debería dejar una mancha en nuestra mente. Una mancha imborrable, que deja huella, que a veces duele, a veces avergüenza. Por eso la literatura nunca debería ser tan ingenua como decir simplemente “me gusta leer libros”.

La literatura no es una moda. Si compras libros solo para tomarte fotos frente a un estante bien decorado, no estás practicando literatura, sino comercio. Y esto no es culpa tuya, ni mía. Simplemente nos enseñaron a posar con libros, no a amarlos.

Sin embargo, un buen libro no debería adornarte. Debería romperte. Darte la vuelta por dentro y mostrarte tu verdadero rostro. Al terminar un libro deberías quedarte callado un rato, hablar un poco menos, sentir un poco más de vergüenza. El mejor libro te convierte en alguien un poco mejor, o tal vez un poco peor. Pero nunca te deja igual.

¿Y qué hacemos ahora? Leemos, pero no sentimos. Las frases no tocan nuestra piel. Porque los escritores ahora son breves, como estados de redes sociales. Y los libros, muchas veces, son repetitivos, perezosos o escritos solo para vender.

Necesitamos una literatura que toque el alma de los jóvenes, que los sacuda, que los incomode, pero que también les dé fuerza, que les haga cuestionar. Y esa literatura no son los libros de autoayuda con buenos diseños. Esa literatura está en los libros que en cada página te hacen preguntar: “¿quién se cree con el derecho de decirme esto?”

¿Y al final qué queda? Un lector y un libro. Y entre ellos, un silencio: “¿En qué me he convertido ahora?”